El recuerdo de mis
primeras lecturas adolescentes despierta en mi boca el sabor de
bukowski. Esa fue una de las primeras impresiones que me evocó la
primera decena de páginas de este libro. Mientras el relato avanza,
voy sintiendo que estoy en un infierno menos superficial que el del
escritor gringo; dazai camina por el lago tocando el fondo con la
puntita de los dedos, bukowski se dedica a flotar. Creo que no hay
ninguna linea que resuma mejor esta novela que el dialogo final
(alerta de spoiler) cuando la mujer declara que, incluso cuando
bebía, Yozo era una buena persona. Este plano-significante se
explica como una vida tortuosa que parece no haber existido nunca
para el conjunto de personas que rodeaban a Yozo. Un sufrimiento
invisible, absorbido, que está en el núcleo de la existencia, que
consumiría más de una vida para detectarlo, y que sin embargo dazai
describe de manera magistral. La pugna desencadenada entre la
preexistencia de normas y Yozo se toma todo el relato. Desde las
convenciones sociales más anodinas, hasta el más intrincado de los
mecanismos sociales, se convierten en una especie de trampa egipcia
que aprisiona la concepción de Yozo sobre la vida. Trampa, de la que
nunca supo como escapar.